Por Daniel López on Martes, 07 Octubre 2025
Categoría: Nuestras Voces

Nacer de nuevo

Puede que el mundo enfrente menos nacimientos, poblaciones más viejas y desafíos en salud o pensiones, pero cada bebé que llega renueva a quienes lo rodean.

El llanto de un recién nacido rompe el silencio de una sala y, en ese instante, cambia para siempre la historia de quienes lo esperan. No es solo un nuevo ser el que llega; también nacen unos padres distintos, unos abuelos renovados y unos hermanos transformados. Es un renacer colectivo que desordena y reorganiza la vida familiar.

Las cifras nos dicen que esto ocurre cada vez menos. La tasa global de natalidad, que en 1950 era cercana a 36 nacimientos por cada mil habitantes, se redujo a 17 en 2024. En Colombia, el Dane registró en 2024 apenas 445.000 nacimientos, el nivel más bajo en un cuarto de siglo. Son datos que hablan de una transición demográfica profunda. Pero detrás de esos números, cada bebé sigue marcando una revolución íntima y silenciosa en las familias.

La psicología lo ha descrito con claridad. La transición a la maternidad y la paternidad implica un cambio de identidad. De pronto, alguien deja de ser solo individuo o pareja y se convierte en cuidador y referente. Se amplía la capacidad de amar, aparecen vulnerabilidades inéditas y la vida comienza a contarse en primeros momentos: la primera sonrisa, el primer paso, la primera palabra…

Para los abuelos, un nieto es un viaje de regreso a la ternura. Estudios en gerontología muestran que su llegada reduce la soledad y brinda nuevo propósito en la vejez. Erik Erikson lo llamaba “generatividad”: el deseo humano de dejar huella en la siguiente generación. En cada nieto, los abuelos encuentran una confirmación de esa misión vital.

Los hermanos también cambian. Al principio, pueden sentir celos o rivalidad, pero pronto descubren la experiencia de compartir y cuidar. Un nuevo hermano se convierte en la primera gran lección de empatía y solidaridad.

La familia extendida tampoco queda intacta. Primos, tíos y amigos cercanos se ven convocados por la llegada del bebé, que funciona como un imán emocional. En muchas culturas latinoamericanas, este momento se celebra como un acontecimiento colectivo, recordándonos que la vida no se sostiene en individuos aislados, sino en redes de afecto y cuidado.

La llegada de un hijo también redefine el tiempo. Los días se vuelven más intensos y las noches más largas, pero cada instante adquiere un nuevo sentido. La rutina se llena de primeros aprendizajes y de pequeñas conquistas, recordándonos que la vida se mide en momentos compartidos, con el nuevo integrante del hogar, pero también con aquellas personas cercanas que quieren ayudar.

Un nacimiento es siempre más grande que la estadística que lo contiene. Puede que el mundo enfrente menos nacimientos, poblaciones más viejas y desafíos en salud o pensiones, pero cada bebé que llega renueva a quienes lo rodean. Nos invita a recomenzar, a reordenar prioridades y a reconocer que el verdadero motor de la vida no está en las cifras, sino en los vínculos que creamos.

Y quizá esa sea la enseñanza más poderosa; mientras las curvas demográficas parecen declinar, el nacimiento de un niño nos recuerda que la esperanza se multiplica en lo pequeño. Un solo llanto es capaz de reordenar una familia entera, de inspirar ternura en los abuelos, de enseñar empatía a los hermanos y de reunir a toda una comunidad alrededor de la vida.

Porque cuando nace un bebé, todos volvemos a nacer.

Artículo publicado originalmente en El País


La opinión expresada en esta entrada de blog es de exclusiva responsabilidad de su autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Pacto Global Red Colombia.

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