Cualquiera que se haya sentido vacío en medio del éxito, perdido en medio del ruido o desconectado de sí mismo a pesar de tenerlo todo, sabe que el consejo es claro: mirar hacia adentro. No son ideas nuevas, pero, en medio del bombardeo de odio y la manipulación de sentimientos perversos, hoy es más urgente que nunca.

Muchas veces nos encontramos en un estado de anestesia porque vivimos con el alma en “mute”, rodeados de personas, pero con corazones lejanos. Confundimos el bienestar con el placer y la eficiencia con el propósito. Todos hemos tenido momentos de revelación: alguna fecha especial, una conversación impactante, una noticia impactante, o incluso un libro o una canción que nos vuelve a abrir el alma dormida. Cuando volvemos a respirar es porque nos está sucediendo algo tan importante que ni la esquizofrenia moderna, ni el desencanto ni el miedo pueden apagar ese anhelo.

En un mundo donde la ciencia avanza a pasos agigantados, pero el vacío interior crece en silencio, Carl Gustav Jung lanza una advertencia lúcida y profunda: la modernidad ha anestesiado el espíritu. El hombre moderno en busca de un alma no es un tratado clínico, es una brújula para quienes sienten que algo esencial se ha refundido entre el progreso, la prisa y la razón. Es una invitación a estar atentos para encontrar una puerta, un momento para mirar hacia adentro, explorar nuestros sueños, el inconsciente y los símbolos que nos guían hacia la verdad olvidada.

El inicio de ese viaje indispensable hacia el reencuentro con uno mismo, hacia ese centro invisible en donde el alma respira nuevamente, lo encontré en la pandemia en un paraje rural donde me refugie con mi familia, pensando y deseando un mundo mejor. Otro momento revelador fue en una travesía con mis amigos en el camino a Santiago de Compostela. Las jornadas, entre la belleza del paisaje, el silencio de las caminatas y las historias de otros peregrinos que llevan consigo pensamientos dañinos, culpas heredadas y preocupaciones ajenas para dejarlas en el camino, nos permiten descubrir pensamientos útiles, recuerdos nutritivos y sentimientos más sinceros.

Así es como comenzamos a recuperar el corazón, ese que nos recuerda el poder del verdadero amor de nuestros padres a través del alma de nuestros hijos. Y solo Dios sabe las maravillas que nos enseñarán los nietos.

Es claro que la tristeza y la angustia son solo síntomas, mensajeros que gritan para avisar que no estamos mirando nuestra esencia. La solución también está en cada uno de nosotros: tomar la decisión de iniciar ese camino de mirar hacia adentro. Mientras no miremos nuestra alma, seguiremos buscando afuera lo que siempre ha estado dentro de nosotros.

En vez de huir del sentimiento, debemos escucharlo; en vez de reprimir los sueños, debemos descifrarlos. Carl Jung propone que el bienestar no nace de adaptarse al mundo, sino de reconciliarse con el alma: ese espacio interior donde habitan la esperanza, el amor y la fe.

Por todo esto, es necesario hacer pausas en lugares tranquilos, gratos y que evoquen paz, para pensar en lo que nos da alegría, para recordar a quienes amamos o a quienes nos han tendido la mano sin pedir ayuda, para perdonar y perdonarnos, para felicitarnos por lo que hemos logrado como personas y para dar y recibir gracias.

Artículo publicado originalmente en La República


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