Entre las muchas buenas noticias que luchan contra el círculo vicioso de lo horroroso y vergonzoso, está el encuentro de la cantante Laura Pausini con el Papa León XIV, a quien le presentó como regalo la única copia de una canción inédita de “Fratello Sole, Sorella Luna”, inspirada en el “Cántico de las criaturas” de San Francisco de Asís. Importante recordar que en enero de 2026 se inicia el Año Jubilar en honor al octavo centenario de la muerte de San Francisco de Asís.

La mención a San Francisco de Asís viene al caso en estos tiempos de cierre de año, cuando abundan las reflexiones sobre reformas, logros y propósitos. Tal vez el libro más disruptivo para aprender a estas alturas no sea un tratado de Alta Gerencia, sino “El pobre de Asís”, escrito por Nikos Kazantzakis, o la película “Hermano sol, hermana luna”, dirigida por Franco Zeffirelli. En ambas obras, los líderes políticos y empresariales de hoy podrían retar su pensamiento y decisiones, pues solo quien tiene el coraje y la determinación de renunciar a algo puede realmente transformar y trascender.

Francisco de Asís fue un reformador radical del poder. Su historia está llena de incomprensiones y contradicciones: un hombre que pasa de dirigir ejércitos a cuidar enfermos, de acumular riqueza y recibir honores a seguir a Dios con los más humildes. Francisco no huye del mundo: lo redefine, pues entendió que el liderazgo no es dominio, sino servicio.

Kazantzakis muestra a un hombre que renuncia, no por desprecio, sino por fidelidad a sus principios cristianos y, en consecuencia, por coherencia. En esa renuncia hay una lección para los líderes empresariales, académicos y gubernamentales de hoy: toda la humanidad desearía que los dirigentes actuales, en lugar de acumular poder, aprendieran a desprenderse; que en vez de administrar privilegios, construyeran confianza; que las decisiones no se tomaran desde el capricho, sino desde la experiencia y el contacto con las consecuencias humanas de sus actos.

En la película “Hermano sol, hermana Luna”, Zeffirelli convierte la desnudez de Francisco en una poderosa metáfora de transparencia: el joven que entrega sus ropas a su padre para caminar sin ningún ropaje. En un país donde el éxito se confunde erróneamente con ostentación, esa escena de desprendimiento, humanidad, sencillez y coherencia es una bofetada ética.

Francisco no tuvo plan estratégico, ni consultores, pero sí un propósito superior. Y eso, en el fondo, es lo que mueve el mundo pues tenía claro que la confianza es el verdadero capital social y que el liderazgo sostenible nace de la pasión, no del marketing.

En el enrarecido ambiente político actual, su ejemplo resulta incómodo, pues, a diferencia de lo que solemos ver, gobernar no es apabullar con el poder, sino inspirar acciones en bien de todos, sin hacer daño ni despertar odios. En este siglo XXI, donde la comunicación política se volvió un grito, el lenguaje del cuidado, la escucha y la gratitud resulta profundamente revelador.

El mensaje de “El pobre de Asís” no invita a desmantelar las empresas ni a disolver democracias. Invita a cambiar el lente: pasar del poder sobre los otros al poder con los otros. A entender que la riqueza no está en lo que se posee, sino en lo que se comparte. Que los dividendos más duraderos son los que se invierten en confianza, empatía y coherencia.

La historia de San Francisco de Asís está más vigente que nunca, pues en esta época de arrogancia nos recuerda que los grandes liderazgos comienzan con un acto de humildad. Y que, como escribió Kazantzakis, “el verdadero milagro no es volar por el aire ni caminar sobre el agua, sino caminar sobre la tierra.”

Artículo publicado originalmente en La República


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