La bruma que no deja ver el faro y el vaho maloliente que asusta quedaron reflejados en el estudio Edelman 2025 sobre Latinoamérica. Sus hallazgos revelan un sentimiento generalizado de agravio derivado de la polarización, la desconfianza y el aumento de los temores sociales. La evidencia está, por ejemplo, en que muchos encuestados justifican el “activismo hostil”, es decir, atacar personas en línea, difundir desinformación, ejercer violencia o dañar bienes públicos y privados.

Otro capítulo que alcanza niveles insospechados es el “temor a que los líderes nos mientan”, que se traduce en el miedo a que políticos, redes, periodistas e incluso empresarios manipulen la información.

Sin duda, el vector que más potencia estos males y que alimenta la desesperanza es la corrupción. Según Transparencia Internacional, la región descendió en promedio a 40 puntos debido a retrocesos institucionales y a la debilidad de los sistemas judiciales frente al poder y la capacidad del crimen organizado, además de la captura de gobiernos; grave problema pues afecta directamente la democracia. Los peores desempeños en Latinoamérica y el mundo son los de Venezuela, Haití y Nicaragua, mientras que México rompió su propio récord con la peor nota en 30 años.

En el Índice de Percepción de la Corrupción 2024, Colombia retrocedió en su lucha contra este flagelo: obtuvo apenas 39 puntos sobre 100, cayendo cinco posiciones hasta el puesto 92 entre 180 países, según Transparencia por Colombia. Esta nota ubica al país muy por debajo del promedio de la OCDE (65 puntos) y a una distancia abismal de referentes como Uruguay (76) o Dinamarca (90). Mientras tanto, los escándalos de la Ungrd, los sectores de salud, petróleo y gas, el narcotráfico ,entre otros, continúan erosionando la credibilidad del discurso oficial. Con pocos meses de mandato por delante, el gobierno enfrenta un desafío urgente: pasar de los discursos y las peleas al control efectivo de los recursos públicos y a la reconstrucción de la confianza ciudadana.

Sin embargo, estas no son las únicas variables en escena: las crisis continuas derivadas de la violencia, el desorden público y los escándalos recurrentes incrementan la intranquilidad, y están llevando a grandes y pequeños empresarios a aplazar inversiones o a posponer nuevos proyectos, mientras defienden con uñas y dientes sus empresas o sus empleos, muchas veces recurriendo a estrategias poco ortodoxas para sobrevivir y que hasta harían sonrojar a Maquiavelo.

Peter Drucker tenía la tesis que “La cultura se come a la estrategia en el desayuno”; y en un entorno donde la corrupción impregna a la sociedad y la visión y planeación es cortoplacista es la Cultura, la solución para todo es pensar grande, lo que se traduce en planear a largo plazo, entender que los derechos se logran asumiendo deberes y apersonándose de la responsabilidad de crear los ambientes de prosperidad y desarrollo a través de nuevos liderazgos, menos regulaciones prohibitivas y más políticas públicas y acciones privadas para la protección y fomento de empresas, de infraestructura y de educación e investigación.

Es hora de un pacto sobre lo fundamental con quienes creen en la libertad, la democracia y el desarrollo incluyente, enriquecido con los distintos puntos de vista. Como recordaba Adam Kahane en el gran ejercicio Destino Colombia (1997): A diferencia de Sudáfrica, en este país todos están de acuerdo en el QUE quieren, pero hay que trabajar en los acuerdos del COMO.

Acordemos el rumbo nuevamente, soltemos amarras, levemos anclas y trabajemos todos para no perder la democracia, la libertad y el desarrollo que con tanto trabajo, sudor y lágrimas han y hemos construido con la ética del trabajo honrado y la disciplina.

Artículo publicado originalmente en La República


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