Una mujer que defiende con convicción sus ideas no es terca. Una profesional que lidera múltiples proyectos o piensa de forma transversal no es dispersa. Son cualidades que, si vinieran de un hombre, muy probablemente serían celebradas como visión estratégica o liderazgo transformador. Pero cuando vienen de una mujer, aún son leídas —en demasiados espacios— como señales de emocionalidad o inmadurez. Esta distorsión narrativa no solo es injusta, sino que limita el desarrollo del talento y profundiza la desigualdad.
La reflexión no se trata de un caso aislado, sino de una invitación a observar con más detalle los mecanismos sutiles —y a veces estructurales— que siguen frenando el desarrollo pleno del liderazgo femenino en las organizaciones.
El más reciente Informe Global sobre la Brecha de Género 2024 del Foro Económico Mundial advierte que, al ritmo actual, se necesitarán 134 años para alcanzar la paridad total entre hombres y mujeres en el mundo. Uno de los mayores retos está en el empoderamiento político y el acceso a posiciones de toma de decisiones, donde solo un 22,5% de la brecha ha sido cerrada.
En América Latina, si bien se han logrado avances importantes, los estereotipos y la desigual carga de cuidado siguen siendo barreras visibles. En Colombia, por ejemplo, las mujeres con hijos pueden ver reducidos sus ingresos por hora en hasta un 48%, evidenciando una penalización económica directa por la maternidad (ANIF, 2024).
Hace poco más de un siglo, las sufragistas británicas encabezadas por Emmeline Pankhurst y Millicent Fawcett alzaron la voz por un derecho elemental: el voto. La Ley de Representación de los Pueblos de 1918 fue una victoria histórica, pero también un símbolo del poder transformador de las narrativas femeninas, incluso en medio de contextos hostiles.
Aquella lucha no fue cómoda. Fue incómoda. Fue tildada de radical. Y sin embargo, gracias a esa incomodidad, hoy muchas mujeres pueden participar en espacios que durante siglos les fueron negados.
Hoy, transformar los espacios laborales pasa por algo más que implementar políticas de igualdad: implica revisar el lenguaje, los gestos y las formas de liderazgo que se reproducen sin ser cuestionadas.
Las organizaciones que avanzan hacia la sostenibilidad y la justicia social son aquellas que reconocen que la equidad de género no es una meta simbólica, sino una condición real para el desarrollo.
Como decía Helen Keller:
“Nunca se debe gatear cuando se tiene el impulso de volar.”
La opinión expresada en esta entrada de blog es de exclusiva responsabilidad de su autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Pacto Global Red Colombia.
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