Durante años, se ha escuchado que la población mundial está envejeciendo. No es una percepción, sino una realidad estadística. Vivimos más años y tenemos menos hijos. En Colombia, la edad mediana ha pasado de 21 años en 1993 a más de 31 en 2023. En América Latina, la proporción de personas mayores de 65 años se duplicará en menos de tres décadas. No somos la única región que lo vive, pero sí una de las que más rápido está haciendo la transición a edades más adultas sin haber alcanzado aún altos niveles de ingreso, ni consolidado sistemas de protección fuertes.
Este cambio demográfico obedece a múltiples causas. Las mujeres hoy acceden a mayor educación, autonomía y participación laboral. La urbanización ha encarecido el costo de criar hijos y el acceso a métodos anticonceptivos permite decidir si quiere y cuándo tenerlos. A esto se suma una mejora sustancial en la esperanza de vida, gracias a avances en salud pública, tecnología y nutrición. El resultado: menos nacimientos, más adultos mayores y un cambio profundo en la estructura de nuestras sociedades.
¿Debemos preocuparnos? Sí, pero no necesariamente alarmarnos. El envejecimiento trae consigo desafíos importantes: presión fiscal sobre los sistemas de salud y pensiones, disminución de la fuerza laboral activa y aumento en la demanda de cuidados de largo plazo. También implica riesgos de soledad, dependencia y pobreza si los adultos mayores no tienen apoyo adecuado.
Sin embargo, también hay oportunidades. Japón ha transformado la longevidad en un modelo de sociedad intergeneracional, donde los mayores siguen aportando a través del empleo o el voluntariado. En Suecia, el envejecimiento activo es política pública, con pensiones sostenibles y servicios de cuidado inclusivos. Francia, por otro lado, ha conseguido mantener una tasa de natalidad superior al promedio europeo con educación preescolar gratuita, subsidios por hijo y licencias parentales generosas. Y en Países Bajos, comunidades como Hogeweyk redefinen la forma de acompañar a personas con demencia, con entornos dignos y humanos.
En América Latina, y en Colombia en particular, el gran riesgo es envejecer sin haber preparado el terreno. Nuestro sistema pensional tiene baja cobertura y altos niveles de informalidad. Nuestros modelos de salud y vivienda aún no están diseñados para una sociedad donde vivir hasta los 90 será común. Pero aún estamos a tiempo. Podemos repensar el empleo, rediseñar las ciudades, promover políticas de cuidado y reconocer que una vida larga puede ser también una vida digna y productiva. Además, urge promover la formación continua para adultos mayores. No se trata solo de prolongar la vida laboral, sino de garantizar que quienes quieran seguir aportando lo hagan con herramientas actuales y modelos de trabajo flexibles.
Lo que está en juego no es solo la estructura etaria, sino el modelo de sociedad que queremos construir. Ya no es extraño para nosotros vivir en un mundo con menos hijos, más longevidad y con tecnologías como la inteligencia artificial transformando el trabajo y ocupando espacios ante la disminución en la fuerza laboral. Puede ser una sociedad más empática, más sabia, más adaptada a distintas etapas de la vida. Pero para que lo sea, hay que anticiparse, invertir en soluciones y no quedarse atado a modelos del pasado.
Envejecer no es el problema, sino la falta de preparación oportuna para un mundo que ya cambió.
Artículo publicado originalmente en El País
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