El reciente análisis de Control Risks (cfr. Control Risks es una empresa de consultoría a nivel mundial especializada en riesgos) sobre el último año del gobierno del presidente Petro pinta un panorama desafiante: polarización persistente, tensiones institucionales, deterioro de la seguridad, fragilidad fiscal y transición energética llena de cuellos de botella. La lectura que surge es clara: Colombia enfrenta un tránsito político y económico marcado por la fragilidad: a primera vista, el clima político y económico parece estar marcado por la incertidumbre, y el horizonte electoral de 2026 no necesariamente disipa los nubarrones porque se perfila como una elección de alto riesgo, más que como una oportunidad de cohesión nacional.
Frente a este escenario, es natural sentir un aire de pesimismo que gira en torno a la desconfianza, la inseguridad y la inestabilidad. Pero detenernos ahí sería renunciar al futuro. Es precisamente en momentos como este donde la educación superior puede y debe ofrecer una perspectiva distinta: la de la esperanza activa, esa que no niega los problemas, pero que los enfrenta con la convicción de que el conocimiento, la ética y la creatividad son capaces de transformar la historia. La educación superior está llamada a ser brújula y motor de esperanza, tiene una misión más grande que formar profesionales: deben formar ciudadanos críticos, solidarios y resilientes, capaces de reconstruir el pacto democrático desde la cultura y el conocimiento. En un ambiente de polarización, las universidades tienen un papel ineludible de recuperar el valor del diálogo y el pensamiento crítico en una sociedad donde el debate público se ha vuelto trincheras y etiquetas. Un aula universitaria no es solo un espacio de transmisión de conocimientos técnicos; es, ante todo, un laboratorio de convivencia democrática. Allí donde la política divide, la educación puede reunir; donde la desinformación manipula, la academia puede esclarecer. La pregunta que deben hacerse nuestras universidades es si están realmente asumiendo ese rol de mediadoras culturales, de productoras de evidencia y de formadoras de ciudadanía crítica. Con relación a las dudas sobre la sostenibilidad fiscal, la tentación y realización ha sido reducir la inversión educativa. Este es un error histórico porque en lugar de ver la educación como un gasto, debemos asumirla como la inversión estratégica más segura para blindar la democracia y el desarrollo sostenible del país. Una universidad fortalecida no solo produce innovación y talento, sino que también aporta lo que la política no siempre logra: diálogo informado, pensamiento de largo plazo y construcción de consensos. También ofrece caminos de esperanza como el conocimiento científico y la investigación aplicada para que el país no dependa de improvisaciones ni de coyunturas, sino de capacidades instaladas en sus regiones.
Si algo queda claro, es que más allá de los escenarios políticos -sean de derecha, centro o izquierda-, el país solo saldrá adelante si consolida un sistema de educación superior inclusivo, innovador y ético. No hay transición energética, ni seguridad sostenible, ni estabilidad democrática sin universidades fuertes. La buena noticia es que Colombia tiene capital humano, instituciones educativas comprometidas y experiencias de innovación social que demuestran que sí es posible.
La tarea es no dejar que el ruido de la polarización nos haga olvidar lo esencial: la esperanza se educa, la esperanza no es ingenuidad.
Artículo publicado originalmente en La República
La opinión expresada en esta entrada de blog es de exclusiva responsabilidad de su autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Pacto Global Red Colombia.
Comentarios