CartaDirectorFebrero2022 7c718DICIEMBRE 2022

COLOMBIA Y PAZ: UN SUEÑO INACABADO

Desde los inicios mismos de nuestra vida republicana nuestro país ha vivido situaciones de conflicto, que en más de una ocasión escalan a escenarios de violencia impensados, trayendo además de la perturbación de la tranquilidad en los pueblos y ciudades, postración económica, disminución de oportunidades, aislamientos, desplazamientos, entre otros flagelos.

No se pretende en este escrito recordar detalladamente los distintos hitos infortunados por los que ha pasado nuestro país, sino simplemente hacer un breve resumen y saber que, desde este escalón, en un mundo hiperconectado y hipertransparente, reconocer la importancia de avanzar hacia los mejores sitiales de prosperidad, donde las oportunidades brillen refulgentes para todos.

No sobra recordar que en plenos albores del Grito de Independencia, ya había dos facciones enfrentadas por la forma de gobierno que debiera darse a la naciente república y caímos en la denominada Patria Boba, con el final trágico de El Terror en los años de la Reconquista.

Después de la victoria en Boyacá y las siguientes batallas que dieron independencia plena a los demás países que el Genio de Bolívar consolidó, sufrimos al poco tiempo la desintegración de la Gran Colombia. Y sobrevinieron entonces nuestro periplo de guerras civiles del siglo XIX; la de los Supremos en 1840; las rebeliones contra las medidas de José Hilario López en 1851; las pujas liberales de 1854, con la dictadura de Melo en 1853; la toma del poder por el Gran General Tomás Cipriano de Mosquera en 1860 y el advenimiento de la constitución federal de Rionegro; las rebeliones de 1876, 1884 y 1885, con la derrota liberal y el paso siguiente a la Regeneración, con la constitución de 1886; la dramática Guerra de los Mil Días terminada en noviembre de 1902 y luego con la dictadura de Rafael Reyes, en el denominado Quinquenio.

Y este siglo XX no ha estado exento de esta situación de pseudotranquilidad; claramente el conflicto por la posesión de la tierra, relativamente postergado por las confrontaciones políticas de los primeros cien años de vida republicana se exacerban de manera más palpable. Ya se han consolidado la colonización antioqueña, la expansión en el Magdalena Medio y Bajo Cauca, la inmigración, sobre todo siriolibanesa, en la Costa Atlántica, y una creciente urbanización en las viejas capitales provinciales. Pero sigue latente la reivindicación de los sin tierra y de los grupos étnicos, que se manifiestan en movimientos indigenistas liderados por Quintín Lame, o las huelgas en las plantaciones, con colofón trágico de la masacre de las bananeras en 1928.

Terminada la denominada Hegemonía Conservadora se da paso a la República Liberal, la cual plantea nuevas maneras de relaciones sociales y agrarias, que no necesariamente van acompasadas con programas eficientes y sostenidos que permitan su consolidación. Surge nuevamente a mediados del siglo XX, la lucha partidista bajo el amargo signo de La Violencia, así con V mayúscula, con su estela de muertos y desplazados en los campos del país. De esa situación pasamos al denominado Golpe de Opinión de Rojas Pinilla y al desarme de las guerrillas liberales de los Llanos Orientales, bajo el comando de Guadalupe Salcedo. Nuevas promesas de paz y programas de apoyo estatal que no pudieron, como en el pasado, lograr un resultado más contundente.

Si bien se silenciaron las armas de la lucha partidista de los dos partidos tradicionales y se estructuró el Frente Nacional, la aparición de otras facciones, ilusionadas con el triunfo de la Revolución Cubana, fueron derivando en grupos armados bajo la égida ideológica de las ideas marxista-leninista y en algunos casos, maoístas, para generar un nuevo frente de conflicto en el país.

Bajo estas nuevas coyunturas, el país aclimató una paz bipartidista con la sombra de una confrontación con grupos guerrilleros que terminó derivándose en un conflicto de baja pero perturbadora intensidad.

Y, cual un deja vu de procesos partidistas anteriores, continuaron los ciclos eternos de diálogos para lograr las desmovilizaciones; la consigna de alcanzar la paz se convirtió en un eslogan de campañas políticas; surgieron varios intentos de reforma constitucional de la centenaria constitución de Núñez y Caro; se dieron pasos de una mayor descentralización administrativa con permitir la elección popular de alcaldes.

Sin embargo, las problemáticas de siempre perduran y si bien hubo unos intentos de negociación con grupos alzados en armas, algunos con mayor ventura como con el M-19, ERP, EPL, otros como con las FARC-EP y el ELN siguieron en la senda de un círculo sin inicio y fin. Además, se presentaron inaceptables ataques a grupos desmovilizados que habiendo regresado a la vida política, fueron objeto de atentados aleves a numerosos miembros de partidos como la Unión Patriótica e incluso, a afiliados a partidos tradicionales.

A esto se sumó en el panorama un nuevo frente de acción desde la concepción de autodefensa que terminó mutando en grupos paramilitares que avivaron y complejizaron la confrontación en varias direcciones. Y en varias oportunidades, con el silencio cómplice de autoridades legítimamente constituidas. Además, la intromisión de los negocios ilegales del narcotráfico sirvió, y sigue sirviendo, como un catalizador del conflicto que diluye en muchas ocasiones la visión ideológica de los grupos armados con la de guardianes del mercado ilícito. Igualmente, en muchas partes del país, la misma sociedad se aletargó frente a este proceso e infortunamente, terminó permeada también por el sueño del dinero fácil. Nada más complicado para aclimatar procesos consolidados con el fin de acabar los conflictos, que tener esta mezcla demencial.

Y así, con este coctel, vamos al cambio de Constitución en 1991, con un nuevo contrato nacional que busca permanentemente el aclimatamiento de los derechos ciudadanos y la paz como factores esenciales para el desarrollo del país. Y con ello, despunta el siglo XXI, con aproximaciones de negociaciones que terminan con desmovilizaciones paramilitares y el último proceso finiquitado con las FARC-EP.

Este último acuerdo con el grupo insurgente más grande permitió la desmovilización de más de 13000 personas; la creación de una justicia especial bajo el concepto de justicia restaurativa; conformación de espacios territoriales para el desarrollo de emprendimientos; asignaciones de presupuestos importantes para todo el proceso de reinserción, entre otros. Sin embargo, como toda actividad humana, ha tenido dificultades y el Estado no siempre ha podido ocupar los territorios con programas y opciones económicas que faciliten consolidar este proceso. Infortunadamente, se presentaron disidencias armadas que no permitieron ampliar el espectro de paz y arreciaron las conformaciones de los denominados Grupos Armados Organizados -GAO-.

Ahora, con la elección de Gustavo Petro como presidente se están haciendo aproximaciones a la denominada Paz Total, concepto en el que se han reiniciado diálogos con el Ejército de Liberación Nacional -ELN-, y explorado opciones con las disidencias de las antiguas FARC y una política de acogimiento y/o sometimiento de los grupos organizados que tienen actividades delictivas de narcotráfico, minería ilegal, lavado de activos, entre otros.

En toda la historia del país, en sus más de 200 años de vida independiente, siempre ha habido procesos y reprocesos en aras de alcanzar la concordia entre los colombianos. Sin embargo, no ha logrado ser un propósito único nacional, fruto del consenso y del desprendimiento desinteresado de todos los actores.

Si bien son evidentes las ventajas de contar con un ambiente donde no haya conflicto, no sobra enumerar que, si lo logramos alcanzar, las oportunidades aparecen.

Sin duda hay que consolidar la presencia del Estado en el territorio para que no surjan expresiones diferentes, alejadas de la legalidad, que puedan ser alternativas del modus vivendi. También las oportunidades deben ser oportunas, perdonando la redundancia, para que los que han sido sujetos de beneficios por las desmovilizaciones, no caigan en la desesperanza de la frustración y el abandono, y al revés se conviertan en paladines de los procesos. De la misma manera, hay un enorme potencial de conocimiento que dichos grupos de personas tienen y que merecen ser aprovechados para generar emprendimientos sostenibles e innovadores.

De otro lado, también es menester que las víctimas de todas estas expresiones de violencia sean ampliamente reconocidas y permitirles retornar a una vida normal, sin las angustias propias de la incertidumbre y el desasosiego. La verdad, justicia, reparación y no repetición tienen que ser los elementos de acción de este proceso.

Es este el reto continuo para lograr que nuestro sueño del ODS 16 de tener una sociedad pacífica en donde vivir y prosperar, se convierta en realidad.

Mauricio López
Director Ejecutivo Pacto Global Red Colombia