En días pasados El Minuto de Dios desarrolló una nueva jornada sobre inteligencia artificial, IA, pensando en perspectiva de país, allí se volvió a dialogar sobre esta, no como una moda tecnológica, sino buscando dar respuesta a una pregunta de fondo: ¿qué tipo de humanidad estamos dispuestos a construir? En estos encuentros y otros que se han ido desarrollando en distintas Instituciones, se plantea una inquietud decisiva: ¿Viviremos una era de progreso humanizado o de dependencia algorítmica? La respuesta no está en los laboratorios, sino en la forma en que Colombia articule ciencia, ética y sociedad.
La IA, como toda creación humana, encierra una paradoja. Puede liberar o subordinar, también puede personalizar la educación, anticipar la deserción escolar o ampliar el acceso al conocimiento y ayudar a superar la pobreza; pero también pudiera amplificar sesgos, erosionar la autoría intelectual o someter el pensamiento local a modelos diseñados en otras latitudes. En esa tensión se juega nuestro futuro: el de una sociedad que decide si será sujeto o paciente del cambio tecnológico.
Colombia ocupa hoy una posición intermedia en este tablero global, no somos líderes tecnológicos, pero tampoco simples receptores. Esa ubicación puede ser una ventaja si la asumimos como un punto de equilibrio entre ética y desarrollo. El país tiene la oportunidad de construir una voz propia en la conversación mundial, adaptando los principios de la Unesco y la Ocde sobre el uso ético de la IA a nuestras realidades sociales y territoriales. Sin embargo, esta posibilidad exige decisión política y coherencia: mientras los países de la Ocde invierten más de 2,5% del PIB en investigación y desarrollo, Colombia apenas supera 0,3% (DNP, 2023; OCyT, 2024). Con esta brecha, no basta con adoptar normas internacionales: hay que invertir en pensamiento y talento local.
La tarea de las Ciencias Sociales y Humanas es crucial. Son ellas las que preguntan lo que los algoritmos no pueden responder: ¿Qué significa ser humano en una era de máquinas que imitan la mente? ¿Quién asume la responsabilidad de una decisión automatizada? ¿Cómo proteger la soberanía intelectual frente a modelos entrenados con datos ajenos? En un contexto donde la tecnología corre más rápido que la reflexión, la academia tiene la misión de desacelerar para comprender, de pensar antes de programar. La IA no es neutra, refleja los valores, prejuicios y horizontes de quienes la crean. Por eso, una IA construida sin pensamiento crítico y ética o sin diversidad cultural puede terminar colonizando imaginarios y acentuando desigualdades. En cambio, una IA con propósito social puede fortalecer la equidad, mejorar la educación y proteger el planeta. El reto no es técnico, sino moral: pasar de una inteligencia artificial funcional a una inteligencia socialmente responsable.
Con este enfoque auténtico, pensando en los más necesitados de Colombia, El Minuto de Dios ha decidido crear un centro de IA para buscar las soluciones a las necesidades de los más pobres (UtopIA). Con ideas y decisiones como estas para hacer, Colombia podría ser un laboratorio de innovación ética si articula sus saberes técnicos con la profundidad de sus humanidades.
Esa es la apuesta por un mundo posible colombiano, un país que no teme a la inteligencia artificial, pero tampoco le entrega su alma; que la pone al servicio del bien común, de la equidad y de la dignidad humana. El desafío no es tecnológico, es profundamente antropológico: decidir si el futuro será programado por la máquina o inspirado por el hombre.
Artículo publicado originalmente en La República
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